Cuando una mujer toma la decisión de migrar lo hace en edad económicamente productiva,con el pretexto que el retorno a su país de origen será a corto plazo. Sin embargo, la dinámica de ser la “proveedora económica” de su familia las envuelve en un viaje a largo plazo.
Los años pasan y con ellos se va la salud y bienestar de estas mujeres que en su mayoría se han dedicado a cuidar la vida de otras personas de la tercera edad o dependientes, ejerciendo labores de cuidado, limpieza y hostelería,sectores donde principalmente se desarrollaron en su juventud.
Ahora, ya son mayores de 55 años con enfermedades propias a las que se suman las enfermedades profesionales. Les cuesta encontrar trabajo estable, lo cual les genera un estrés permanente porque los gastos de la vivienda, alimentación, transporte y de salud son fijos.
Están en el limbo social y económico, porque no lograron completar la cuantía mínima para tener derecho a una jubilación en España y recibir una pensión. Así lo sustenta el estudio cualitativo “Mujeres Migradas Mayores de Gipuzkoa”, que realizó la Asociación de Mujeres Migradas Malen Etxea, publicado en marzo de 2024.
Este estudio se realizó con 27 mujeres migradas residiendo en Gipuzkoa, entre las edades de 55 a 77 años. El 13% de ellas no tiene permiso de residencia. El resto que sí tenía el permiso de residencia, les llevó más de cinco años obtenerlo.
Los años que las mujeres migrantes se desarrollan en la economía sumergida, pesa en su vejez. Porque luego de haber cumplido los tres años que por norma está establecido en la Ley de extranjería, para iniciar el trámite regulación administrativa tienen el reto de conseguir el contrato de trabajo.Lo cual hace que muchas veces acepten condiciones de explotación laboral.