Artículo original de Teresa Mollá
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En demasiados lugares del mundo se olvidan de los derechos humamos en general y , de los derechos humanos de las mujeres en particular.
Y afirmo esto porque en los últimos tiempos descubro noticias relacionadas con este tipo de cosas que me ponen los pelos como escarpias.
Esta mañana escuchaba en la radio el proyecto que una ONG lleva a cabo en Camboya para educar a las niñas de ese país que no tienen derecho a la escolarización debido a que se ven obligadas a trabajar en la agricultura para ayudar a sus familias, o son esclavas sexuales a edades muy tempranas, con lo cual su derecho al acceso a la cultura desaparece.
Esta semana también leía cómo en Arabia Saudí se ha dictado una sentencia de sesenta latigazos contra la periodista Rozanna al-Yami, quien fue hallada culpable de participar en un programa de televisión donde un hombre saudí habló sobre sexo. Rozanna es la primera periodista en recibir esta condena que la Federación Internacional de Periodistas calificó de brutal, inhumana e injusta. Tampoco el derecho a la libre expresión es posible en algunos países islámicos, como comprobamos en este caso.
Además nos encontramos con que la situación de miles de mujeres de la etnia hazara en Afganistán puede que sea peor que hace apenas un año después de la aprobación a hurtadillas del nuevo código de familia Chií que las deja sin derecho prácticamente ni a respirar. Y no me refiero únicamente a la utilización obligatoria del Burka, sino a la limitación de sus propias libertades de movimiento y de acción y a la obligatoriedad de mantener relaciones sexuales con sus maridos cada vez que a estos les apetezca sin tener en cuenta su propia voluntad.